lunes, 15 de diciembre de 2008

hola, ¡tanto tiempo!


No vengo a decirte nada en concreto. Espero, en verdad, que no lo tomes como una perdida de tiempo, vos sabes, cuando se me pone algo en la cabeza te lo tengo que decir. ¡Lo tengo que decir!... Y bueno, el otro día, caminando por la calle venía pensado un poco, no es que pensara solamente en vos sino en todo en general, ahora que se viene fin de año me pongo a hacer balances de las cosas, vos sabes, si ya me conoces para qué te explico. En fin, pensaba en un conjunto de personas y hechos cuando un par de sentimientos afloraron dentro mío. Algunos sin sentidos, qué sé yo, es que a veces me emociono tanto que cuando un primer pensamiento aparece no termina de tomar forma que un segundo pensamiento lo interrumpe, y así sucesivamente, vos sabrás, supongo te habrá pasado alguna vez. ¿Qué te decía? Ah, bueno y en aquellos pensamientos surgió tu imagen. Fue un hecho un poco fantasmal, imaginate a mí caminando por Avelino Díaz, ¿ubicas? Calle, ¿qué digo oscura?, ¡oscurísima!, sin un alma para hacerme compañía más que esos gatos diabólicos de esa fábrica cerrada de no sé qué, que esta en la esquina. Ah, ya me acuerdo la secuencia de los hechos. Fue justo cuando ese gato maldito me miró, vos sabes mi profundo odio por los gatos y, aunque todos se rían cuando lo digo, mi pensamiento de que sus almas están poseídas, y cuando me miró, tan fríamente como de costumbre, sentí que me quiso decir algo. No me preguntes qué, todavía no puedo hablar con los gatos, o ellos conmigo, y fue justamente esa duda la que se quedó revoloteando en mi mente. No juego con estas cosas, juro que me miró y me maulló como nunca ningún gato lo hizo, ya sé que los gatos maúllan, bueno dale, ¡sí te vas a reír ni te termino de contar eh! , ¿Terminaste? Bueno, no me importa lo que pienses,( en realidad sí, me importa mucho) al menos dejame terminar la idea. Yo sentí que el maldito gato me insultaba, pero lo hacía con odio, como si yo le hubiese hecho algo o como mi existencia le perjudicara la suya, ¿qué le hice yo a ese asqueroso gato? Te juro que no le hice nada, vos sabes que ni los puedo mirar a los ojos. No es miedo, es respeto. Pero no a ellos, sino a lo que habita en ellos. Ma si, sí te vas a seguir riendo termino con esta cuestión de los gatos y te digo lo que te vine a decir. ¿Qué? ¿Estás con alguien? Eee perdoname, ¡me hubieses avisado! Igual ya termino, es simple. Yo seguí caminando por Avelino Díaz, estaba normal, pero algo inquieto por aquel insulto del estúpido gato viste, me sentía puramente humillado. Porque yo en vez de contestarle y decirle algo, agache la cabeza y seguí caminando. ¡Cosas de locos! Pero bueno, vos sabes como soy con eso. Pero sabes, después, un poco mas tarde, me puse a pensar que estuvo bien al fin y al cabo el pobre gato,( lo terminé apodando Sincero) porque uno no tiene que guardarse nada. No sé, yo siento que últimamente me guarde un montón de cosas adentro mío, y pensé,¿ y si nunca más te lo puedo decir? ¿ y si el mundo acaba mañana y no te veo más? Sé que nunca te gusto que sea sentimental, y te pido perdón, pero necesitaba decírtelo. Porque yo quiero morirme con la mente tranquila, ¡sin gatos, ni insultos, ni vos en mi cabeza! Porque yo ya sé que se había terminado eh , no quiero que pienses lo contrario, no no, pero eso no amerite a que te tenga que pensar todos los días por este maldito gato y su mensaje. No te estoy presionando, eee no quiero que me malinterpretes, sé que caí algo de improviso, te pido disculpas, y además veo que te esperan, sí queres avisale que ya entras eh, bah como quieras, yo ya termino, no quiero demorarte más, pero no podía no decirte esto. Porque, imaginate, un solo segundo, que los gatos se apropian del mundo y yo nunca, finalmente, me anime a decirte que te quiero.

sábado, 1 de noviembre de 2008

teatro juntos

Ella habla y dice sentir
Loquedicesinpensar
Y el le cree porque no sabe
Encontrar otra verdad.

Cree que esta bien.
C r e e n q u e s e h a c e n b i e n .

Ya no se miran uno al otro
No se saben buscar
Es que se miran y no se encuentran
Ya.

No es que se hallen lejos
Están cerca
Pegadosenverdad.
Su
piel
roza
la
suya
Y su mano acaricia su cuerpo
Y mientras ella sonríe
el recuerda el próximo final.

El dice que ha pensado últimamente
Ella no le cree, pero igual quiere llorar
Anticipa una hipócrita despedida
Hasta que un llamado urgente
Los salve una vez más.

Y otra vez actúan
Frente a las cámaras
Frente al público
Frente al resto
Frente al otro
Frente a un e-s-p-e-j-o-
Ellos actúan
Necesitan olvidar que en verdad son ellos.

Cada tanto se encuentran por el teatro
A tomar mate, y charlar
De lo bien que la pasan separados.
De la necesidad de aquel impass
De lo tranquilo que esta su día
De lo bien que le va en la vida ( j á j á)
Desde que ya no se encuentran más

Y por las noches ella llora
Mientras el cumple el rol de esposo ausente y padre ocupado
Y simultáneamente, Ella traza garabatos, su nombre, su odio y una poesía que no es poesía en verdad.
El ya no aguanta a su esposa, habla del nene, del teléfono y el gas.
Ella decide no llamarlo, se ha propuesto no ser débil ante aquel monstruo que dice saber amar,
y
ama
tan
mal
en
realidad.

Y esta vez ya no recuerdan
Cual de los dos
Necesitó al otro un poco más
Y se salvan por un rato
De la rutina que les oprime los zapatos
Y no los deja respirar.

El cree en los deslices
Ella cree en las personas felices.
El se esconde tras lo imposible que es la cotidianidad
Ella no tiene que esconderse
Aunque ya no toleré mirarse muchas veces
Y darse cuenta que e-f-e-c-t-i-v-a-m-e-n-t-e-
Aquel reflejo tan dejado, si le pertenece.


Y cada tanto se encuentran por el teatro
A tomar mate, y charlar
El ríe y la quiere
Ella llora de felicidad
Y estas personas
Enfrentan su vida
Actuando a escondidas de los demás
Frente a un escenario
Llamado traición
Donde dos actores se dicen amar.

martes, 21 de octubre de 2008

la gente es lo que come

La gente es lo que come. No busques más. No quieras encontrar motivos o razones. Simplemente se da.
Yo no quiero excusar ningún comportamiento, tampoco pretendo ser indiferente a lo que se me acusa. Yo soy culpable, al igual que el resto. Ya no quiero más victimarios, ya lloramos demasiado. Y nunca me gustó llorar ni que la gente llore. Me aburre y me destruye. Un poco.
La gente es lo que come. Yo te entiendo. Te entiendo y te quiero. ¿Pero por qué? ¿Qué esperamos? Las soluciones no caen de arriba, no todavía, y por más que estiremos nuestros cuellos hasta el cielo, no va a llegar. No así.
Pero ahora vos, que crees sabértelas todas, vos decime ¿Cómo hago? ¿Cómo me acerco hasta tu presencia sin ser rechazada por esa pared que nos aleja? ¿Cómo puedo lograrlo si sos vos mismo el que pone un ladrillo arriba de otro?
Quiero decirte que te quiero, y no puedo. Las palabras frenan en mi boca, justo cuando por fin creía lograrlo. No puedo, y encima esto. Estoy jugando un partido sin arquero, y te cobras todos los penales. Quiero decirte que te quiero, acariciarte el alma. Quiero mirarte con ternura, que entiendas que no estas solo. Que siempre estuve. Que siempre estuvimos. No mires atrás, mira hacia delante. No recuerdes lo que comiste, recorda lo que comes. Vos mismo me enseñaste a mí que el mundo esta lleno de basura, no esperes más.
La gente es lo que come, yo ya lo entendí. No espero más motivos por tales comportamientos. Estoy en falta. ¿Qué puedo hacer? ¿Caminar hacia atrás? ¿Retroceder el tiempo tan solo un par de años? Ya está, yo no puedo carcome la cabeza más. Soy una especialista para inundar mi cerebro de pensamientos negativos y culpa. ¡Basta!
No sé por qué siento que cuando termine de escribir este texto algo va a cambiar. Siempre tuve pensamientos estúpidos como estos: Un poquito de esperanza, no perder mi ingenuidad. Ni siquiera pretendo que te enfrentes a mi vedad. No tengo tanto valor, nunca fui muy fuerte.
La gente es lo que come. ¿Qué más puedo agregar a esta bola de culpa y sentimientos? Lo quiero soltar, quiero que salga sin obligar. No me gusta actuar en contra de mis convicciones, ni sentir más allá de mis sentimientos, ni hablar cuando solamente quiero callar. Yo sé que el tiempo se va. Sé que prometí cambiar. Sé tantas cosas que envidió la mente del nato ignorante.
Perdón, te quiero. Ruego porque te lleguen en verdad. Perdón, dije. Te quiero mucho. Una chance más. Perdón, te amo. Siempre supe que es más fácil, escribir que hablar.

miércoles, 15 de octubre de 2008

malvada úrsula..


A ella le zumbó el oído. Como si acabara de nacer, abrió temerosamente los ojos con miedo a que la luz se los lastime. Lentamente, comenzó a sentir calor. Un calor indescriptible, que aunque ya no recordaba, tampoco lograba olvidar. Inmortalizó entonces aquella noche pasional, y sintió ( porque ella dice que esas cosas siempre se sienten) como la sangre se deslizaba por sus venas, color escarlata, pura y sincera.
Como si acabara de nacer, su piel se erizó. Se sintió sensible y débil. Ya no era tan fuerte como dijo que nunca dejaría de ser. ¿Qué pasó malvada Úrsula? ¿Qué salió mal? ¿Qué detalle se escapó de tu ruin y minucioso plan?
Sus ojos brillaron fervientemente, como si acabara de nacer, y quiso llorar frágilmente, implorando un abrazo que nunca llegó. Sentía que se estaba partiendo, despacio. Primero las piernas, luego el pecho y los brazos. “Tienen todo calculado, pensó, el corazón no me lo quitan para que no acaba el dolor"
Antes tantos ojos juzgadores, suplicó compasión. Su alma era una ciudad oscura sin lugar, ni tiempo, ni voluntad para comprender. Ella no quería comprender, eso le aburría. Simplemente quería una caricia, un beso, una canción. Le bastó con recordar, aquella noche de pasión. ¡Oh, temible Úrsula, no se juega con el amor!
Algo había fallado cuando tus ojos miró. Algo que no entendiste, algo se te escapó. El te miró dulcemente, y lentamente te atrapó. “Me presento mi princesa, soy tú príncipe encantador” ¿Pero no es vos sos fuerte, no es que nunca lloras? ¿No es que jamás serías débil, que nunca te verían rogar? Vos no buscabas nada, y su poesía te hipnotizó. Poesía de todo por dos pesos, eso fue lo que vendió.
Vos crees que nadie más comprenderá tu dolor, que como siempre sos única, que por algo te pasó a vos. Vamos, malvada Úrsula, ya concluyó el show. Es hora que comprendes que lo que empezó se acabó. Y es que a vos siempre te costaron los finales sin adiós.

miércoles, 3 de septiembre de 2008



Completamente desnudos

Estaban los dos
completamente desnudos.
Sabían que se entregaban
a la aceptación o al rechazo.
Y es que estaban desnudos.
Era todo o nada.
Y es que estaban desnudos.

Sus dedos tocaron
historias infinitas,
y sus oídos escucharon
sus canciones favoritas.
Y sin decir más nada
una comida, un recuerdo, un barrio, imaginar y escribir,
se conocieron.
Es que nuevamente estaban,
solos y desnudos,
por mal que les pesara
así se encontraban:
solos y desnudos.

Y sabían que entregarse
es algo riesgoso,
pues desnudarse no es tan fácil
cuando hay un otro
mirándote.
Pero esta vez les resultó
bastante acertado
no tener miedo y mostrarse,
piel a piel.

Y sin querer se descubrieron
y con intenciones se entregaron,
y sin creerlo jugaron
a este juego sin reglas del amor.

Y creo que se miraron sin mirarse
e intuyo que se acariciaron sin acariciarse,
yo me arriesgo a que se besaron sin rozarse
me juego que se entregaron sin animarse
a cortarse las alas y dejar de vivir.

Y desconozco
como se fue dando el resto.
A mi me contaron
que eran dos ciegos y se conocieron,
y se conocieron
completamente desnudos.

sábado, 23 de agosto de 2008




Me ahogaba. Era demasiado profundo. Me ahogaba.
La falta de aire me hizo perder el control de mis actos. Quería patalear, moverme, llegar arriba, donde estaban los demás. Pero no podía, ahora ese lugar era demasiado lejano para mí. Casi una utopía.
Ya no sólo se trataba de mis actos, por poco no podía razonar. Como una recopilación de hechos sin sentido, mi mente visualizaba distintas imágenes, incompletas de sonido. Acudían a mi mente con la misma velocidad con la que desaparecían. Mientras tanto yo dejaba que mi cuerpo caiga en esos abismos oscuros, hundiéndome un poquito, y otro poco.
Permití que mis lágrimas se salvaran de aquel destino, mientras que una por una brotaban de mí ser. Se deslizaban por mi rostro, y de un salto me abandonaban, entregándose a la suerte del mar. Traicioneras, todos huyen cuando no estas más de pie.
Y me ahogaba. Juro que era demasiado profundo. Ya me ahogaba.
Me ahogaban sus palabras. Me ahogaba su mirada. Me ahogaba otro poco su injusticia, sus palabras, su forma tan seria de vivir. A mí me ahogaba.
Me ahogaba su forma tan excéntrica de ser, me ahogaba su orgullo. Me aniquilaba su impaciencia y su arrogancia.
Me ahogaba el que no me hablará por días, y me ahogaban sus perdones sin sentimiento. Me aniquilaba que me diga que me amaba y que no pudiera responderle a palabras tan abstractas, que en muchas ocasiones se las llevaba el aire, y no me llegaban en verdad.
Me ahogaba la hipocresía total con la que se manejaba, me ahogaba la falta de honestidad, me desbastaba tanta mentira en una sola mirada.
Me ahogaba, como entenderán, no tener aire que respirar. Me ahogaba no tener mi lugar, aquel al que si pertenezca. ¿Dónde me encuentro hoy? ¿Qué me hace bien y que me hace mal? Este revoltijo de sentimientos que siento, ¿es normal?
Pensando estos hechos, me olvidé donde estaba. Como si el aire ahora me faltará de nuevo, sentí que ya no respiraba. Otra vez, esa maldita sensación de ahogarme. Pero que más da, si cada vez la superficie era aún más lejana, y mi voluntad por salir con vida de aquella situación se iba desvaneciendo igual que mi cuerpo. Las fuerzas se agotaban, mi actitud rozaba los lugares más bajos de aquellos abismos cubiertos de agua, y la necesidad de respirar aire me enloquecía.
Me rendí abatida por la corriente, dejándome caer. Entiéndanme, me ahogaba, era demasiado profundo, y yo me ahogaba.

sábado, 16 de agosto de 2008








Seguramente ya estaba por amanecer. No tenía un reloj ni una ventana que me diera la certeza, pero lo tenía a él, que ya comenzaba a estirarse en la cama y esbozar los bostezos más largos que alguna vez escucharé. Si no estaba equivocada, me miraría por unos segundos, luego me acariciaría el pelo, y con esa voz tan perfecta que tenía a aquellas horas de la mañana, me diría: quedate un rato más, todavía es temprano. Eran esos pequeños detalles de la cotidianidad que la hacían a una realmente feliz. Pero ya no.
Se levanto tan bruscamente de la cama que me sorprendió. No me acarició, ni me miró, ni tampoco me habló. Supuse que seguiría enojado por lo de ayer, por esas estúpidas peleas que nos separaban un poco más. Últimamente estaba siempre de mal humor, todo lo que hacía le parecía mal. Siempre tenía algún problema, algo que le molestara.
Le dije que vaya a ver si Selene estaba despierta, que a la noche la había escuchado llorar. Murmuro algo que no entendí, y luego dijo que si la había escuchado llorar me tendría que haber levantado. Su voz sonó rara, además de enojado, la escuché lejana, casi irreconocible. No le contesté, supuse que continuaría una discusión.
Por lo visto Selene seguía durmiendo porque no llego con sus pequeñas piernitas corriendo hacia mí. El se limitó a encender un cigarrillo y fumar. Le grité que lo apagará, que empezar a fumar a las siete de la mañana era de demente. Me dijo que me callará, que yo también fumaba, y que el no me molestaba por eso. Otra vez su voz sonó tan extraña, completamente desconocida.
Se acostó de un salto en la cama y comenzó a ojear el diario. Al hacerlo tuve que correrme hacia un costado, pues por primera vez los dos no cabíamos en ella. Note su cuerpo mucho más grande que lo común, prácticamente el doble.
Lo hubiera comprobado con mi vista, pero realmente estaba demasiado cansada. Decidí entonces tomarle la mano, lo que por cierto, me daba la oportunidad de reconciliarnos. No estaba equivocada, su mano era por lo menos el triple de lo común. Quise suponer que era por encontrarnos a aquella hora de la mañana, y a modo de caricia frote mis dedos con los suyos. Quito su mano de la mía de una forma vulgar que hizo que realmente me ofenda. A nadie se le niega un perdón, aunque ya había olvidado esta vez el motivo de la pelea. El se paró rudamente y caminó hacia el baño. Yo decidí levantarme también.
Me asomé hasta la ventana y noté un día detestablemente nublado. Comprobé que había llovido durante la madrugada, y que seguramente volvería a llover.
Evidentemente Selene seguía durmiendo. Entré a su habitación y prendiendo el pequeño velador que le regalamos por su cumpleaños, la tomé en mis brazos. La abracé fuertemente y casi la hago despertar. La dejé nuevamente en su cama, y mientras apagaba la luz, escuché como ya volvía a dormir. Necesitaba de su amor. En los últimos meses se había convertido en mi pequeño motor y mi único sostén. Por momentos deseba que no creciera nunca, para que así sea eternamente feliz. Por otros, querría que ya fuera grande, que podamos ser amigas, ahora más que nunca. Una aliada, alguien que me diga que todo iba a salir bien. Sí, ahora más que nunca.
Golpeé la puerta del baño. Le dije que necesitaba entrar, que hace quince minutos que estaba ahí adentro. Me dijo si no había notado que el baño estaba ocupado, que si me gustaba holgazanear más tiempo en la cama, que esperara.
Tuve ganas de gritar. Lo hubiese hecho, si no fuese tan débil, y si el teléfono no hubiese sonado. No suponía quién podía llamar a aquellas horas, y supongo que él tampoco porque salió casi corriendo del baño, a medio vestir. Me dijo que el atendía, pero ya era tarde, lo había hecho yo. Increíble, habían cortado.
Di media vuelta y lo observé. Ese no era él. Ese hombre que me miraba casi tan perturbado como yo, no era mi marido. Creo que grité, no lo recuerdo muy bien. El creo que me dijo que era una loca, que me callará. Le dije que se fuera ya mismo, que era un intruso, que no lo conocía. El me tomó de los hombros, y me dijo que era él, mi marido. Por un momento creí verlo nuevamente, casi tiernamente, como en los primeros tiempos. Luego me dijo que era una mujer realmente histérica, que últimamente estaba irreconocible. Y entonces de nuevo lo vi, a aquel intruso de la primera vez. Le dije que si pretendía robarme, no nos hiciera daño. El se rió y dijo que era una estúpida, que no podía creer tamaño “show”.
Sin embargo, aquel ser que tenía enfrente mío no era el hombre con el que yo me había casado. Su voz era ronca y bruta. Su cuerpo era, como ya lo había notado, el doble que el de mi esposo. Era mucho más alto y gordo. Su pelo era oscuro, ya no claro. Y sus ojos, no eran sus ojos el problema, sino su mirada, realmente violenta.
A mí no podría engañarme, que yo nunca veo visiones, y se reconocer entre dos seres diferentes. Le pedí que se fuera, que llamaría a la policía. Nuevamente rió y dijo que estaba detestablemente loca.
El teléfono volvió a sonar. El intruso se precipitó sobre él y cortó al instante.
Me miró nervioso, y acusado por mi mirada, me dijo que se iría un rato, hasta que se me pasara la demencia.
Yo corrí a enserarme al baño. Quería llorar pero no podía. En parte sabía que ocurriría, ¿Pero qué? ¿Qué es lo que había ocurrido recién? ¿Quién era él?
Me miré al espejo, como si pudiera encontrar allí la respuesta. Muy por lo contrario, lo que vi me dejo estupefacta. En mi reflejo, otra mujer, totalmente distinta a mí. Me estudiaba casi tan sorpresivamente, como si fuera ella la real. ¡Esa juro que no era yo!, pero entonces ¿quién era?
Agote todas mis fuerzas, toda mi voluntad. Por más que siguiera mirando y mirando, jamás la entendería. Esa mujer que ahora me observaba me resultaba tan ajena, que nunca lo aceptaría. Pero aquel baño estaba vació, más que por mí y aquel reflejo que no me correspondía.
Y con los años me acostumbré a vivir con una manta en la cabeza. Tomando lo que más feliz me hacía, e ignorando aquellas puñalazos directo a mi espíritu. Con los años me acostumbré a compartir esta relación, a veces somos dos, otras veces somos cuatro, depende del día, si esta o no esta nublado.